Un diálogo sobre ángeles y espadas
LA CARNE DE DIOS
Agustín Courtoisie
CONOCÍ a Elsa Trolio en Montevideo, cuando preparaba la exposición de “Abstracciones místicas” para el Centro Cultural del MEC, en la calle San José. Luego asistí a “La noche oscura” en el atrio de la sede del MTOP en la calle Rincón, y en adelante nunca dejé de sorprenderme frente a una artista plástica que usa sin pudores el dorado, o incorpora cruces y textos religiosos.
Buena parte de su obra está rodeada de ciertos fuegos que sólo un puritano confundiría con los del infierno. Algo paradójico habita muchos de sus óleos, que suelen brillar sobre telas de grandes dimensiones: el íntimo contacto con lo trascendente parece generar un estallido de sobrenatural sensualidad. No en vano ha recordado María Yuguero que estas pinturas monumentales tal vez describen “magnos aconteceres, violencias primigenias, sublimes iluminaciones como teogonías de un universo personal” y ha conjeturado con acierto que “la obra de Trolio no es desesperada, aunque tampoco apacible: sólo agitada por la intensa emoción que presiente la luz anunciándose en la noche oscura”.
En realidad, todo fuego postula a su modo la esencial dualidad humana: destruir e iluminar. Pero los cuadros de Trolio inducen extrañamente la convicción de que la carne de Dios es roja y dorada, y que la divina misericordia algún día redimirá incluso el tristemente célebre lugar del eterno tormento, tan controvertido entre los teólogos, porque cualquier cosa que existe, o que deja de existir, es también una ofrenda de luz.
Un día me enteré de la larga serie de apellidos italianos de la artista. Eso no es casualidad. Otro día, de algún nuevo premio que se adicionaba a una lista ya numerosa, o conocí los testimonios entusiastas de críticos, colegas y alumnos de su taller. En cierta ocasión, me bastó ver algunas fotografías de sus trabajos en cuero para que un olor primitivo violentara mis sentidos, igual que si los tuviera delante: de nuevo la carne de Dios estaba allí. Eso tampoco era casualidad.
Veamos otro ejemplo, para demostrar que Trolio practica sutiles exorcismos. Tuve en mis manos acuarelas azules y violetas de la serie de los ángeles. Su pequeño tamaño me habría permitido acunarlos. En otras oportunidades, la justicia, o su idea, o su presencia invisible, aparece erguida y a punto de perder la solemnidad ante el crimen de los angelitos, con la paleta casi violenta propia de sus obras de mayor porte. Me explico mejor para aquellos que no han visto aún la secuencia. Si el egoísmo o el miedo de algunos hombres expulsa de la vida a los niños futuros, la artista levanta la mano para conferirles el rango de ángeles y darles, por un instante al menos, la dignidad de la despedida, ante los ojos arrepentidos de los eternamente culpables. Una mujer atravesada por una espada puede incorporarse por asociación de ideas a la serie. Pero la mujer es celeste, o azul, como a veces el cielo. Es claro que no es ella la que empuña la espada.
Agustín Courtoisie es profesor de filosofía egresado del IPA y autor de los libros de ensayos Para mí los Blanes (1995) y Cadenas de Conocimiento (1998). Ha publicado numerosos artículos vinculados a su especialidad en revistas nacionales y extranjeras. Fue Director de Cultura del MEC desde fines de 2002 hasta marzo de 2005. Hoy es docente de Universidad ORT y escribe para el suplemento Cultural de El País de Montevideo.
LA CARNE DE DIOS
Agustín Courtoisie
CONOCÍ a Elsa Trolio en Montevideo, cuando preparaba la exposición de “Abstracciones místicas” para el Centro Cultural del MEC, en la calle San José. Luego asistí a “La noche oscura” en el atrio de la sede del MTOP en la calle Rincón, y en adelante nunca dejé de sorprenderme frente a una artista plástica que usa sin pudores el dorado, o incorpora cruces y textos religiosos.
Buena parte de su obra está rodeada de ciertos fuegos que sólo un puritano confundiría con los del infierno. Algo paradójico habita muchos de sus óleos, que suelen brillar sobre telas de grandes dimensiones: el íntimo contacto con lo trascendente parece generar un estallido de sobrenatural sensualidad. No en vano ha recordado María Yuguero que estas pinturas monumentales tal vez describen “magnos aconteceres, violencias primigenias, sublimes iluminaciones como teogonías de un universo personal” y ha conjeturado con acierto que “la obra de Trolio no es desesperada, aunque tampoco apacible: sólo agitada por la intensa emoción que presiente la luz anunciándose en la noche oscura”.
En realidad, todo fuego postula a su modo la esencial dualidad humana: destruir e iluminar. Pero los cuadros de Trolio inducen extrañamente la convicción de que la carne de Dios es roja y dorada, y que la divina misericordia algún día redimirá incluso el tristemente célebre lugar del eterno tormento, tan controvertido entre los teólogos, porque cualquier cosa que existe, o que deja de existir, es también una ofrenda de luz.
Un día me enteré de la larga serie de apellidos italianos de la artista. Eso no es casualidad. Otro día, de algún nuevo premio que se adicionaba a una lista ya numerosa, o conocí los testimonios entusiastas de críticos, colegas y alumnos de su taller. En cierta ocasión, me bastó ver algunas fotografías de sus trabajos en cuero para que un olor primitivo violentara mis sentidos, igual que si los tuviera delante: de nuevo la carne de Dios estaba allí. Eso tampoco era casualidad.
Veamos otro ejemplo, para demostrar que Trolio practica sutiles exorcismos. Tuve en mis manos acuarelas azules y violetas de la serie de los ángeles. Su pequeño tamaño me habría permitido acunarlos. En otras oportunidades, la justicia, o su idea, o su presencia invisible, aparece erguida y a punto de perder la solemnidad ante el crimen de los angelitos, con la paleta casi violenta propia de sus obras de mayor porte. Me explico mejor para aquellos que no han visto aún la secuencia. Si el egoísmo o el miedo de algunos hombres expulsa de la vida a los niños futuros, la artista levanta la mano para conferirles el rango de ángeles y darles, por un instante al menos, la dignidad de la despedida, ante los ojos arrepentidos de los eternamente culpables. Una mujer atravesada por una espada puede incorporarse por asociación de ideas a la serie. Pero la mujer es celeste, o azul, como a veces el cielo. Es claro que no es ella la que empuña la espada.
Agustín Courtoisie es profesor de filosofía egresado del IPA y autor de los libros de ensayos Para mí los Blanes (1995) y Cadenas de Conocimiento (1998). Ha publicado numerosos artículos vinculados a su especialidad en revistas nacionales y extranjeras. Fue Director de Cultura del MEC desde fines de 2002 hasta marzo de 2005. Hoy es docente de Universidad ORT y escribe para el suplemento Cultural de El País de Montevideo.
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